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Encontré esta nota de Eugenia Iglesias en www.apertura.com.  Me pareció muy interesante, el que pueda, léala completa en el sitio. Hice esta síntesis para ponerla al alcance de los emprendedores. Es una experiencia bastante particular, pero es valiosa.

“En Israel todo el mundo es CEO”. La frase, que se escucha en un bar de Jerusalén, puede sonar exagerada, pero tiene un poco de cierto. En un país con 8,5 millones de habitantes hay 5000 startups registradas. Pero aquí no solo es CEO quien funda una empresa, sino que esa actitud emprendedora y perseverante que requiere abrir un negocio se replica en cada una de las casas.

Hoy Israel es conocida por ser referente en tecnología de punta, sede de innovación para grandes multinacionales y uno de los mejores países para emprender. Sin embargo, no siempre fue así. Hubo una serie de factores que permitieron a esta joven nación, rodeada de conflictos y con un territorio desértico similar al tamaño de la provincia de Tucumán (20.770 kilómetros cuadrados), convertirse en el Silicon Valley de Oriente Medio.

Que no falte iniciativa

En 1992, el gobierno israelí dio un paso fundamental hacia la consagración del país como nación emprendedora. Con la creación del programa Yozma (que, traducido del hebreo, significa iniciativa), se propuso la creación de un esquema de fondos de capital público-privado que apostaba por aquellas startups a las que, en ese momento, les era muy difícil acceder al capital de riesgo.

Pero, un año antes, ya habían tenido otra propuesta. Con la desintegración de la Unión Soviética, el país recibió a un millón de judíos soviéticos con una particularidad. Uno de cada tres inmigrantes que llegaban era ingeniero, científico o técnico. En respuesta a esta demanda de empleo, se crearon 24 incubadoras tecnológicas que dieron apoyo a empresas en su fase inicial a través de capital, instalaciones y apoyo gerencial.

Fue, luego, el lanzamiento de Yozma lo que, según Senor y Singer, encendió la chispa que prendió todo: “La idea era que el Gobierno invirtiera US$ 100 millones en 10 fondos de capital de riesgo. Cada fondo tendría tres representantes: un capitalista de riesgo israelí en período de formación, una sociedad extranjera de capital de riesgo y un banco de inversión o compañía inversora de Israel”.

Yozma invirtió inicialmente en 200 startups gracias a este sistema que proponía un aporte del 40 por ciento del capital por parte del Estado y daba la posibilidad a los privados de comprar la otra parte a un precio muy accesible pasados los primeros cinco años. Esa iniciativa generó un efecto en cadena que atrajo a inversores de todo el mundo a quienes convencieron no solo de que era posible invertir en Israel, sino de que era un gran negocio. En ese entonces, los dólares recaudados por empresas de tecnología no superaban los US$ 60 millones. Veinticinco años después, el centro de investigación IVC, con base en Tel Aviv, informó que el total de dinero recaudado en 2017 fue de US$ 5242 millones en 620 transacciones. Tanto significó este crecimiento que hoy Israel es el segundo país, sin contar a los Estados Unidos, en cantidad de empresas que cotizan en el Nasdaq: se ubica atrás de China con 75 compañías.

Un ecosistema que lo permita

Los inversores eligen el país por su talento y capacidad de trabajo. “Yo vine porque Israel es número uno mundial en inversión per cápita y no hay un ecosistema como este excepto en Silicon Valley. Además, tiene la ventaja de que al ser más pequeño que este se puede llegar a un impacto mayor en menos tiempo. Como fondo nuevo, quisimos establecernos en un sitio donde pudiésemos competir”.

El talento como principal atractivo

Las multinacionales también eligen ir, pero con la particularidad de que montan en el país sus centros de desarrollo por el alto grado de capacitación que encuentran. Appelbaum asegura que el 46 por ciento de sus inversiones en I+D provienen del extranjero. Intel e IBM fueron pioneras cuando montaron sus centros de desarrollo en la década de 1970. Hoy son más de 300, según la Israel Innovation Authority. Su chairman explica que los eligen por una conjunción entre el talento de sus habitantes y una serie de beneficios impositivos que ofrece el Estado. Desde SAP y HP hasta Google, Amazon o Apple, la industria de high-tech supo expandir su huella. El 8,3 por ciento de los empleados vienen de este sector, representa el 12 por ciento del PBI y genera el 43 por ciento de las exportaciones.

Martínez de Azagra llegó a Israel de la mano de Samsung Ventures, cuando encabezó el brazo inversor de la tecnológica. Sobre la presencia de multinacionales en el país, encuentra la razón en la red y asegura que vienen con un objetivo claro: “Una vez que viene una empieza el efecto dominó que atrae al resto. Suele pasar que compran empresas locales para instalar sus centros de I+D aquí. Y vienen a buscar talento. Este es un país de innovación, no de mercado. Aquí es innovación tecnológica pura y dura”.

La OCDE define a Israel como uno de los países con la población más educada. “Con el 47 por ciento de las personas entre 25 y 34 años con un título terciario en 2016, Israel está por encima de los promedios de la OCDE”, mostraron en el informe “Education at a Glance”. La academia también contribuye en la formación de los emprendedores israelíes, y destaca a sus ingenieros y científicos.

Natanzon asegura que los esfuerzos están puestos para que las investigaciones que se dan en las academias puedan tener, luego, una aplicación práctica que se transforme en un negocio. El caso más significativo es el de Mobileye, una compañía que desarrolla tecnología avanzada de detección y procesamiento de imágenes para la industria automotriz. Fue pensada por el profesor Amnon Shashua de la Universidad Hebrea de Jerusalén y el año pasado fue adquirida por Intel en US$ 15.000 millones. “Hay un ciclo interesante en donde un ingeniero u otro profesional entra en una multinacional. Luego de un tiempo tiene una nueva idea, renuncia y crea una startup que puede dar servicios a una compañía a la que luego se la vende”, sostiene Natanzon. Solo el año pasado, el país registró un total de US$ 24.000 millones en exits, según la Israel Innovation Authority.

El país registra en promedio 14.000 nuevas startups por año y ve cerrar unas 800 en el mismo período. Para una cultura que no teme al fracaso, estos números no son una amenaza, todo lo contrario, tiene datos suficientes como para animarse. Hasta el momento supieron surfear la ola emprendedora y aprovechar la revolución digital. “En Europa y América latina estamos 10 años por detrás de ellos”, advierte Martínez de Azagra. Sin embargo, la “startup nation” sabe que los gobiernos del mundo están apostando por los mismos modelos, por lo que no es momento de dormir en los laureles. ¿Cómo montarán la próxima ola y qué le deparará a la nueva generación de startups israelíes? El tiempo lo dirá, pero cuentan con suficiente chutzpah como para domarla.